En algún rincón escondido, el alma atesora los momentos aquellos que significan alegrías y felicidades, como archivos siempre dispuestos a salir a escena. En tiempos de compartir, los libera para nuestro gozo alimentando sutilmente también, nuestra porfiada egolatria.
Entonces,
llega el día donde contamos esas historias cuando fuimos los protagonistas de
finales felices; donde hubieron excesos que dejamos entrever como hábitos
naturales de nuestro pasado y que hoy, estando en un proceso de recuperación
espiritual, los escondemos como si nunca hubiesen existido.
Quién,
por ejemplo, no reveló alguna aventura fantástica, exitosa y sorprendente, como
si fuera la más grande experiencia vivida; así después, con su ego exacerbado,
disfrutar de la admiración y de los halagos de aquellos que terminaron
aplaudiendo un pequeño pasaje de vida, de la que solo quedaron los recuerdos
selectivos de un ser humano insatisfecho.
De
historias de calle, vicios y mostradores están llenas las almas de los adictos,
que solemos recordar solo aquello que nos revive y que entretiene. Pero nunca
aparecen en los relatos, los daños y las pérdidas que nos llevaron a querer
obtener el placer, solo hablamos de la otra cara de la verdad.
Bajo la
sanidad de la abstinencia, llega esa vez en que logramos dejar de lado aquel
personaje exitoso y ganador, que nos creamos y que nos creímos; porque tuvimos
que bajarnos del pedestal y pedir ayuda, cuando ya no pudimos más. Solo allí, nos
encontramos cara a cara con nuestro dolor.
Y en ese mismo momento, donde la
realidad supera a la ficción, los hermosos colores pensados para nuestra vida
perfecta, comienzan a tornarse opacos, pintados de blancos apáticos,
matizándose entre grises inertes, hasta llegar a los oscuros y cerrados espacios
negros; lugares donde habitan cautivos los dolores del alma -furtivos,
enfermos y callados- a la espera de un milagro que los libere y que los haga
descansar en paz, de una vez por todas.
Aferrada
entonces a la esperanza divina, el alma que andaba atormentada y perdida, obedece
al mandato del espíritu, en inmediata transición hacia la promesa del descanso
y del reposo absoluto.
«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas
pesadas, y yo les daré descanso.
Mateo 11:28
Mateo 11:28
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