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Transiciones




la mirada de Dios ante el consumo adictivo(4)

En algún rincón escondido, el alma atesora los momentos aquellos que significan alegrías y felicidades, como archivos siempre dispuestos a salir a escena. En tiempos de compartir, los libera para nuestro gozo alimentando sutilmente también, nuestra porfiada egolatria.
Entonces, llega el día donde contamos esas historias cuando fuimos los protagonistas de finales felices; donde hubieron excesos que dejamos entrever como hábitos naturales de nuestro pasado y que hoy, estando en un proceso de recuperación espiritual, los escondemos como si nunca hubiesen existido.

Quién, por ejemplo, no reveló alguna aventura fantástica, exitosa y sorprendente, como si fuera la más grande experiencia vivida; así después, con su ego exacerbado, disfrutar de la admiración y de los halagos de aquellos que terminaron aplaudiendo un pequeño pasaje de vida, de la que solo quedaron los recuerdos selectivos de un ser humano insatisfecho.

De historias de calle, vicios y mostradores están llenas las almas de los adictos, que solemos recordar solo aquello que nos revive y que entretiene. Pero nunca aparecen en los relatos, los daños y las pérdidas que nos llevaron a querer obtener el placer, solo hablamos de la otra cara de la verdad.
Bajo la sanidad de la abstinencia, llega esa vez en que logramos dejar de lado aquel personaje exitoso y ganador, que nos creamos y que nos creímos; porque tuvimos que bajarnos del pedestal y pedir ayuda, cuando ya no pudimos más. Solo allí, nos encontramos cara a cara con nuestro dolor.
Y en ese mismo momento, donde la realidad supera a la ficción, los hermosos colores pensados para nuestra vida perfecta, comienzan a tornarse opacos,  pintados de blancos apáticos, matizándose entre grises inertes, hasta llegar a los oscuros y  cerrados espacios negros; lugares donde habitan cautivos los dolores del alma -furtivos, enfermos y callados- a la espera de un milagro que los libere y que los haga descansar en paz, de una vez por todas.

Aferrada entonces a la esperanza divina, el alma que andaba atormentada y perdida, obedece al mandato del espíritu, en inmediata transición hacia la promesa del descanso y del reposo absoluto.

«Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso.
Mateo 11:28

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