“Está mi alma hastiada de mi
vida; daré libre curso a mi queja, hablaré con amargura de mi alma” Job: 10,1
La mirada de Dios ante el consumo adictivo (3)
Desde
este pasaje bíblico donde Job se lamenta ante Dios de su condición, se define
con éxito la desesperanza. Se empacha de sufrimiento y de dolor y no permite al
profeta claridad en su discernimiento, ni consiente el más leve signo de renovada
voluntad.
Dentro
de este estado de decadencia espiritual encontramos al adicto, encerrado en su
enfermedad y sobreviviendo exclusivamente bajo las pautas que le exige la
adicción. Es capaz de superar cualquier obstáculo que le impida volver a
consumir, pero no puede parar para buscarse, ni un solo segundo.
Ha
perdido todo, menos aquello que aún lo mantiene lejos de darle pelea a su
enfermedad; ya no reconoce otro camino que no pase por ese deseo desproporcionado
de conseguir una vez más, aquella sensación de placer de la primera vez, algo
que nunca más alcanzará. Esa es la verdadera razón de su actual y miserable
existencia.
Pero
aún así, este adicto, dependiente de todo y de todos, no ha tocado fondo.
Existe algo o alguien que alimenta su ilusión de tener el control de su vida,
todavía. Es muy probable entonces, que continúe contando con una cama donde
dormir, un poco de ropa y un plato de comida, no importa de donde vengan; son
estos elementos suficientes para retomar las energías necesarias y volver por
otra dosis.
Hasta
tanto siga recibiendo estos simples beneficios, no encontrará la capacidad de
“mirarse”, ni de pensarse, ni mucho menos de considerar la posibilidad de
querer salir de esa situación.
Se
le podrá ver en el engañoso intento de “querer cambiar”, victimizándose y
fingiendo necesitar ayuda, para que alguien le brinde “alguna moneda” y
dirigirse a algún refugio o centro de rehabilitación, lugares a los que nunca
llegará, en principio. Las excusas y los recursos manipuladores son parte de su
guión diario, que cambia de acuerdo a las circunstancias y a las personas que
se compadecen de su estado, creyendo en sus “historias convincentes”.
Pero
llega un momento, en el cual sus mentiras y contradicciones muestran el
verdadero perfil de la enfermedad, que somete a su víctima sin la menor
resistencia.
Y
tal vez un día aparezca el hastío, quien sabe. Tal vez un gesto, un problema,
un conflicto o simplemente una invitación al cambio, hagan salir de su
cautiverio a su “yo” sometido; a la imperiosa necesidad de respirar libremente,
a las enmudecidas quejas de dolor.. a ese pedacito de esperanza que andaba
perdido y sofocado, entre tanta inmundicia espiritual.
Solo
ese día, en ese preciso instante donde la adicción parpadeó, por ahí se
escaparán las primeras lágrimas y caerán al fin las rodillas contra la dura
realidad, en ese nuevo deseo de vivir.
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