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Los Amores




Los nuevos amores, esos que se encuentran y que no se buscan, también han formado parte de varias transformaciones en Jabes.

Fortalecidos en la fe y llamados a ser fuente de vida en el seno familiar, surgen majestuosos al igual que el vuelo de los pájaros, irrumpiendo cielos con armoniosas melodías de trinares y de aleteos.

Empiezan a conocerse, se frecuentan todas las semanas; se preguntan y se responden las cosas que los acercan o bien que los mantiene aún lejos. Se ríen a carcajadas de locuras que han vivido en otros días y se emocionan cuando los conmueve algún duelo no resuelto.

Y así se van entreverando, haciendo espacio para la nueva vida de a dos que ya se prometieron, intentando en vano controlar el tiempo y sometidos por la ansiedad que les desordena ritmos y horarios, en esa urgencia de estar juntos.

Entonces, se los puede ver recorriendo la chacra y planificando esa boda, por el parque de pinos y cipreses, compartiendo con los otros entre lágrimas y abrazos, cuando bien enamorados alcen la copa del brindis.

O tal vez se les encuentre a orillas del tajamar, testigo y cómplice de miradas que no hablan, pero que sueñan un montón de cosas nuevas entre mates y asombrosas coincidencias.

Son amores que suspiran en silencio, esperando ese momento para anclar las emociones y no entrar por recovecos donde puedan atorarse por pasiones mal nacidas. Andan siempre de la mano y no paran de mirarse hasta la noche callada, que los lleva a cada cual para su lecho; se despiden y se abrazan hasta el sol de la mañana, donde vuelven a buscarse.



“Atrapen todos los zorros, esos zorros pequeños, antes de que arruinen el viñedo del amor, ¡porque las vides están en flor! (Cantar de los Cantares 2:15)






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