“También
nos alegramos al enfrentar pruebas y dificultades porque sabemos que nos ayudan
a desarrollar resistencia. Y la resistencia desarrolla firmeza de carácter; y
el carácter fortalece nuestra esperanza segura de salvación” (Romanos
5; 3-4)
Pruebas y dificultades,
son parte del andar por este mundo, lo miremos desde cualquier posición o
credo.
Si por ejemplo, sacáramos
del contexto bíblico al versículo citado, llevándolo a lo literalmente escrito,
veríamos que continua teniendo él un mismo significado, aún cuando dice “…y el carácter fortalece nuestra esperanza
segura de salvación”.
En este caso, la
salvación, por intermedio de la esperanza fortalecida por nuestro carácter,
desarrollado en medio de las dificultades, no precisa ser avalada por la
divinidad; se sustenta desde su propia etimología (salvarse=escapar al peligro de…=sobrevivir ante cualquier adversidad),
dado el crecimiento y grado de madurez que se recoge en ese intento.
Esta es y ha sido, por
los siglos de los siglos, la acción más inmediata del ser humano, el tener que
responder a las exigencias que la vida misma propone y espera de nosotros
mismos; responder a Dios, para quienes nos reconocemos como sus hijos.
Por lo tanto, son
nuestras acciones las que hacen uso del libre albedrío, en esa decisión
personal de hacer o de no hacer y que ponen en movimiento el día a día, sumando
así las consecuencias para que otras acciones liberadas de igual forma a las
anteriores, continúen hilvanando la razón de nuestro existir.
El fenómeno de la vida
resulta de un mandato naturalmente divino, por eso es de suma importancia el
Cómo y el Qué elegimos para cumplirlo. Volvemos a depender de nosotros mismos
cuando necesitamos comprender y definir hacia dónde vamos, qué queremos hacer,
en qué o en quién precisamos creer.
Es un ciclo repetitivo
que aparece transformado en un montón de circunstancias, forjando y
estableciendo ese carácter del que venimos hablando desde el comienzo.
Definitivamente, la
conducta que resulta del pulido de las experiencias vividas, es la que sostiene
viva la esperanza, aunque tal vez esta ya no sea la misma esperanza, sino que,
de tanto andar se convierta en “esa
esperanza segura de salvación”, por la cual viviremos echando el resto si
fuera necesario.
Responder a la esperanza y defenderla es
nuestra tarea; el camino elegido para ello determina la especie de frutos que
seguramente vamos a obtener.
La fe, a la que aún no
hemos nombrado, se nutre precisamente de todo esto que hemos compartido.
Por lo tanto, el camino y
la fe rumbean juntos a lo que soñamos, a lo que necesitamos, a lo que creemos.
Para unos, estarán del
otro lado los tan buscados éxitos del crecimiento y de la realización personal,
esperando a los de más aptitudes; para otros en cambio, estará Dios,
recomponiendo y salvando los corazones de aquellos que, simplemente intentan
encontrarse con Él, sabiendo que todo lo demás llegará en el tiempo preciso.
(Relato tomado del opúsculo "La Chacra Jabes ...donde habita el tiempo bueno...")
(Relato tomado del opúsculo "La Chacra Jabes ...donde habita el tiempo bueno...")
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