La Palabra -con mayúscula, porque viene de lo alto- nos orienta continuamente hacia la fe; y por si esto fuera poco, a una fe sana y sencilla. Por otros tiempos de nuestro diario vivir, nos habíamos acostumbrado a ‘tenernos fe’, comulgando con la confianza hacia uno mismo, con el ‘yo puedo solo’, etc. Pero he aquí que el Señor nos ha aleccionado al respecto, confrontando ese pensamiento individualista que solo ha conseguido ‘ombliguearnos’, llevándonos directamente hacia frustraciones inminentes, cada tanto. Este razonamiento, no intenta boicotear ninguna capacidad o talento que tengamos, simplemente apela a saber cuándo detenerse y revisarse de vez en cuando, como un acto de humildad que, desde la autosuficiencia necesaria, reconoce además las limitaciones. Muchas veces, el éxito como quimera, nos empodera colocando nuestro nombre en las mejores portadas y marquesinas, brindándonos otras posibilidades que de alguna forma nos van llevando por caminos de exigencia, propios de un
Viejo Transeúnte
entre el adoquín y el asfalto andan los pasos que se esconden del tiempo, igual que las palabras escritas que ya no mueren y que sobreviven al olvido de la memoria