En el año 2014, conocí un grupo de cristianos que llevaban adelante un programa de radio, en tiempos cuando dirigía un medio de comunicación en línea.
En lo personal, por aquellos días, mi reticencia era notoria en cuanto a la difusión de contenidos basados en la fe; no porque estuviera en una postura contraria a ello, sino por el cuidado debido de las raíces que forjaron el medio al cual estaba dedicado. Hablo de contenidos musicales, básicamente arraigados al rock and roll y derivados; de materiales y de artículos enfocados en la cotidianidad y en el ruido mundano, donde para mi criterio de entonces, el llamado a la fe y a la esperanza, contrastaba con todo lo demás.
Tampoco tenía lugar la música tropical –como para citar otro ejemplo- más allá de los gustos personales; simplemente porque no lo entendía saludable para la comunicación que pretendía hacer llegar al público objetivo que apuntaba el medio.
Lo cierto es, que al tomar el comando del medio de comunicación a fines de 2012, este ya contaba con un programa radial en horas de la mañana de características cristianas, llamado Momentos de Reflexión, el cual se mantuvo al aire casi hasta el final de la existencia de La Mega, portal multimedios (así se llamaba el espacio en línea al cual vengo refiriéndome).
Como me refería antes, en 2014, otro programa dedicado a la fe, llamado Camino a la Verdad, comenzaba a sonar en La Mega y entonces mi reticencia empezaba a perder terreno. Como responsable del medio, estaba comprometido con cada programa no solo desde la dirección general, sino además desde la operación técnica y en la edición de los contenidos, donde se generaron vínculos muy saludables.
Toda esta introducción alude a la anécdota, donde surge una invitación a la oración con el equipo de Camino a la Verdad, previo a la salida al aire del primer programa. Fue un momento incómodo donde apareció otra vez la reticencia, la negación o la resistencia a una práctica de la que no quería ser parte. De todas formas acepté.
El responsable del programa, Ramiro, tomó la palabra en la oración; éramos cinco personas tomadas de las manos, formando un círculo y supuestamente concentradas en ese tiempo de devoción, donde solamente ocupé un lugar, nunca estuve alineado espiritualmente.
Luego del ‘Amén y Amén’, Ramiro me habla de un Salmo, el 23; me lo recita y me dice que ese pasaje bíblico debería estar escrito en todos lados, como una guía o una confirmación absoluta. Acompañé su reflexión afirmativamente por simple compromiso y desde el mayor respeto por su fe, pero no por haber entendido lo que él quería transmitirme. No fue la única vez que él citó esos versículos de la biblia en nuestras siguientes charlas; eso me significó en algún momento, ir a la fuente y leerlos por mi cuenta, pero yo seguía igual sin entender.
El tiempo pasó durante año y medio, casi. Las palabras de Ramiro en cuanto al Salmo 23 quedaron como esperando algo en mi memoria.
Hoy, siendo un hijo de Dios, después de haber decidido seguir el camino que el Señor me ha propuesto, entiendo y reafirmo aquella reflexión de Ramiro; aún aparece su imagen y sus palabras en mi memoria, diciéndome: ‘Henry, el Salmo 23, es por ahí..’
Hace unos tres años, estábamos con mi hija en un supermercado del barrio Cordón y nos encontramos con Ramiro. Nos habíamos conocido en tiempos cuando además, mi hija pasaba por crisis de pánico y varias veces él, su esposa y amigos del programa, pusieron en oración esta problemática que nos estaba atravesando como familia.
Cuando le contamos que ambos nos estábamos congregando en una iglesia cristiana-evangélica, no podía salir de su asombro. Nos dimos un fuerte abrazo, fue muy emotivo ese reencuentro. Mientras se alegraba, nos decía, algo así: ‘Nosotros con mi esposa orábamos y le pedíamos a Dios que al menos uno de ustedes se convirtiera, por lo mal que la estaban pasando. Vaya si se escucharon nuestras oraciones’, decía, aún sin poder acreditar lo sucedido.
El Salmo 23 es el fiel testimonio de la fe. Es una declaración de la confianza por lo que se vive y por lo que está por venir. Es el poder y la gloria de Dios obrando en la vida de las personas; personas que un día tuvieron el valor de reconocer que ya no podían seguir viviendo por su propia voluntad y luego de arrepentirse, recibieron por gracia un Amor que nunca habían conocido, ni conocerán.
El Salmo 23, es la promesa del Padre cumpliéndose todos los días; que vive y que lucha con mi reticencia, todavía rebelde en algunas áreas de mi vida y aún así no deja de bendecirme.
El Salmo 23..’es por ahí…’, como lo dijo Ramiro.
Tú, Dios mío, eres mi pastor; contigo nada me falta. Me haces descansar en verdes pastos, y para calmar mi sed me llevas a tranquilas aguas. Me das nuevas fuerzas y me guías por el mejor camino, porque así eres tú. Puedo cruzar lugares peligrosos y no tener miedo de nada, porque tú eres mi pastor y siempre estás a mi lado; me guías por el buen camino y me llenas de confianza. Aunque se enojen mis enemigos, tú me ofreces un banquete y me llenas de felicidad; ¡me das un trato especial! Estoy completamente seguro de que tu bondad y tu amor me acompañarán mientras yo viva, y de que para siempre viviré donde tú vives.' (TLA)
Comentarios
Publicar un comentario