En el proceso de la escritura, más allá de
lo ortográfico y gramatical, se desarrolla majestuosamente nuestro tinte íntimo
y personal.
La creación de un texto, sea este de
cualquier género literario, pasa por varias capas de lectura y de corrección. Incluso,
al paso de los años, cuando volvemos sobre ese texto, encontramos ‘nuevos
arreglos’ que en ese momento seguramente le haríamos. Pero ahí nos estaríamos
metiendo en el proceso de crecimiento personal de quien escribe y eso es ‘harina
de otro saco’.
Volviendo a los procesos de escritura, la
misma nace desde la inspiración sostenida por el pensamiento, donde resuena una
palabra o una frase trasladada por esa inquietud o necesidad de escribirla,
inmortalizándola de inmediato. Todo lo que se escribe y que se guarda entra en
la eternidad de las palabras y permanece a la espera de la próxima lectura donde
recobra vida y sentido. Quien -hurgando en viejos archivos- no se ha encontrado
con algún texto, y al final no recuerda cómo llegó allí, ni cuándo. Cuánta ida
y vuelta de la memoria nos significa ese hallazgo, que trae a la luz nuestro
pensamiento en otros tiempos, solo por haber encontrado un submundo de palabras
que habíamos casi olvidado.
De esta forma se van acuñando las historias,
cargadas de errantes testimonios donde galantean las palabras en celebración
por su vitalidad eterna.
En el inicio de la escritura comienza la
rutina innumerable de varias lecturas y de otras tantas correcciones, decíamos.
En cada una de ellas, se dice y se desdice la inspiración; ensaya, modifica y cambia
de ritmo los conceptos, y a veces hasta vuelve a empezar si fuera necesario.
Satisfacer a la inspiración, es un arte que
no se puede tomar a la ligera, ni requiere de un tiempo limitado; esto la hace
libre y siempre disponible al capricho del escritor/a.
Finalmente, luego de infinitas
tachaduras en el papel o varias
pulsaciones en el ‘delete’, sale a la luz, casi perfecta, la obra que el
pensamiento elaboró para nuestro fin; un gran manojo de grafemas acordados y
convenientes que, haciendo gala de sus dones, surgen y se esconden en registros
a medida, cada vez que alguien decide recorrerlos.
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