Decidir llevar adelante una vida siguiendo a Cristo va mucho más allá de la salvación establecida por la promesa de la palabra de Dios. Una cosa es declarar a viva voz en clásico ritual religioso, aceptando a Jesús desde un corazón dispuesto y otra cosa es, el entendimiento y el compromiso que nos demanda este cambio, orientado a una elección de vida totalmente opuesta a la que veníamos viviendo.
Lo que entendemos por salvación, exige la inmediata ruptura –recurrente y permanente- con aquella, nuestra naturaleza; la que en principio encontrábamos atractiva, práctica y habitual, aún sabiendo de las consecuencias que luego soportábamos en nombre del placer o del deseo personal, por sobre todas las cosas.
Por lo tanto, el haber sido esquivos a una sana doctrina, nos vuelve a colocar en el lugar desde donde se vuelve a andar, esta vez bajo una normativa distinta que primero habrá sido avalada desde el pensamiento, causalmente distinto también. Asumir las causas que nos llevaron a la necesidad de un urgente replanteo de vida, nos habilita a pensar en la aceptación de un orden nuevo, determinante y desconocido, que nos habrá de sacudir y que nos deconstruirá como personas.
Todo esto, arrancado desde una teoría que nos tendrá como los protagonistas de una sabia decisión, cumple con el modelo cristocéntrico a seguir, mostrado luego, en los tenebrosos escenarios del derrumbe humano; como seres que ahora generan esperanza por medio de la fe y que encuentran espacios para el alivio en medio de cualquier quebranto.
Esto, que parece ilógico e irrisorio ante los sufridos desvelos de quienes padecen desesperanza, es parte de los avatares del proceso de transformación, de los ‘ida y vuelta’ por donde varias veces se acomodó la duda para incomodarnos, y de los espacios en blanco ocasionados por los miedos, que nos significaron alguna vez abandonar la búsqueda o el camino, con argumentos vanos y vacíos.
Haber podido parar, arrepentirse y repensarse, hizo posible un tiempo de reconocimiento y de perdón, donde se aclimataron las emociones, se cerró el escape del odio y del rencor; se apagó la ira y se encendió el cálido fuego del amor y del respeto por el prójimo, sin importar de quien se trate.
Tal vez ahora sí podamos modelar, sin excusas y sin miedos; mientras, seguimos siendo modelados por el cincel divino del Espíritu Santo, que nos prepara para el camino de la mano de Jesucristo, rumbo a la eternidad y al resguardo del Padre, que nos invita siempre a caminar otra vez.
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