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La mirada de Dios ante el consumo adictivo



El gran problema               


Los más débiles y los enfermos de espíritu; los que viven en permanente oscuridad a causa de ser esclavos de las adicciones, son aquellos que están más aptos para recibir la obra de Dios. Ellos y también nosotros, somos las consecuencias vivientes del más trágico tiempo de caos de esta sociedad; somos las presas de un sistema perverso que nos empuja al consumo desmedido, a cambio de poder revestirnos de un modelo humano que finalmente deshumaniza, ante la imperiosa necesidad de pertenecer.

Son los marginados entonces, el gran problema que habita en el desprecio de los poderosos, en el miedo de los que piden que rueden sus cabezas y en la preocupación de los menos, que ya saben que no es fácil pero que igual siguen creyendo.

Detrás de cada marginado/despreciado/abandonado u olvidado, hay una historia personal que no se dice o que no se sabe, y que por tanto se desconoce. Ningún ser humano nace genéticamente malvado o depravado, sino que algo o alguien se encargó -desde muy temprana edad- de facilitarle una gran herencia de espejos cargados de hábitos antisociales, que este hizo suyos, para después en el tiempo ver reflejados los frutos consecuentes de una vida sin propósito.

Es inevitable no cruzarnos a diario con alguna realidad marginal vinculada a la adicción; hoy contamos con herramientas informativas y educativas que nos permiten interpretarla, está en cada uno de nosotros la decisión de qué hacer con ella. Entonces, ¿salimos de nuestra zona de confort y nos involucramos aunque más no sea desde el entendimiento y la comprensión, o bien miramos para el costado manteniéndonos indiferentes a esta pandemia que nos afecta a todos?



“Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” Lucas 5:31-32



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