La mirada de Dios ante el
consumo adictivo(5)
Era
una de esas tardes a fines de enero, cuando el calor agobiaba. Habíamos
preparado todo para el espacio abierto, donde llevamos adelante las reuniones
para personas con problemas de consumo y de adicción; sillas en círculo, a modo
de anfiteatro, el aire acondicionado en frío, nivel 26 y la pizarra contra la
pared, donde colgaba un ventilador que giraba a gran velocidad.
Esta
vez, sustituimos el mate, el té y el café por una gaseosa pomelo de 2 litros.
Esa tarde habían concurrido tres personas, pero el número de participantes nunca
fue ni será motivo de frustración a la hora de abordar esta problemática que
nos confronta como sociedad.
La
apertura de las reuniones tienen la particularidad de una espontánea charla sobre
lo que sea, como para soltarse y alejarse de alguna estructura que pueda
ahuyentar cualquier deseo de expresarse; es como llegar a un lugar con personas
más o menos conocidas, saludar y mezclarse en una conversación, hasta que
alguno de los ayudadores tome las riendas y empiece con el tema que se quiere
compartir.
Decía
desde el vamos, uno de los presentes, que desde hace algún tiempo, viene
escuchando y participando en terapias con motivo de su recuperación: “En este lugar vuelvo a encontrarme conmigo
mismo (…) cuando escucho algunas cosas que ya había aprendido, me doy cuenta
que ya no estaban en mi mente (…) cuando me dijeron que tenía que empezar a
venir, yo no quería porque pensaba que ya no necesitaba de esto, que ya estaba
bien yo” –y culminó la reflexión, diciendo- “este espacio me está ayudando a ver cosas que ya las había olvidado,
cosas que no quiero repetir”.
‘Peinar’
la vida todos los días, desde la memoria, para no repetir malas historias, para
no seguir teniendo pérdidas, fue la reflexión previa al repaso de ese día. Un
tiempo detenido, en espera de la conciencia, que se había distraído y
dispersado sin tener en cuenta los apuntes aprendidos, a merced de los argumentos
seductores que muy hábilmente maneja la malvada adicción.
Hilvanar
los momentos que no queremos perder y lubricar la memoria para no olvidar, son
tal vez dos de las tareas más relevantes para cualquier recuperación; pero no
lo podemos sostener sin un otro que nos escuche, sin un alguien que nos enseñe,
sin un próximo que nos acompañe.
En
el abc de la Creación, se conoce y se entiende que lo primero fue la palabra;
una palabra que no fue ligeramente tirada al viento, sino que fue dirigida a la
relación. Y desde entonces, todos somos, o deberíamos entender que somos, esa
palabra; que nos reclama cada vez más, cuando ‘solos no podemos, solos no
aguantamos…’
“Más valen dos que uno, pues
mayor provecho obtienen de su trabajo. ¡Pero ay del que cae estando solo, pues
no habrá quien lo levante! (Eclesiastés
4; 9-10)
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