Hurgando
en viejas libretas de apuntes que me llevaran a algún devocional en Jabes sobre
Semana Santa, llegué al 2017, jueves 13, para ser más exacto; quise recordar y
no pude, las imágenes de esa mañana.
Seguramente,
y en este intento de imaginar aquellos climas, estaríamos ya compartiendo el
desayuno tempranero unas diez personas, no menos. Entre ellas, andaría la
abstinencia peleando contra las ansiedades y contra los deseos de volver a
consumir; por otro lado, estaría el malhumor y los sentimientos encontrados, de
cara a las tareas que habría que llevar adelante ese día. No todo es agradable
cuando los pensamientos aún siguen sosteniendo viejos hábitos problemáticos y
la ausencia de buenas costumbres nunca aprendidas.
Volviendo
a los apuntes, encuentro anotado, Mateo:26, que es el momento bíblico donde se
empieza a conocer lo previo a la muerte de Jesús. Desde la conspiración hasta
la negación de Pedro, pasando por la traición de Judas, siguiendo por la última
cena hasta llegar a la oración en Getsemaní, en fin…, podemos entender cómo se
viene acomodando aquel momento que la humanidad jamás olvidará, pero que muchos
aún no entienden.
Y
entre ese proceso hacia la cruz del calvario, encontramos de una forma casi
sutil una de las imágenes de la profecía, de aquello que ya era inevitable
porque en definitiva, era la voluntad de Dios.
En
mateo 26:6, se dice que estaba Jesús en Betania, en casa de Simón, a quien
llamaban el leproso. Fue allí donde se acercó una mujer, dice la palabra, y
derramó sobre la cabeza de Jesús un frasco de perfume muy caro. Inmediatamente,
este acto fue criticado por los discípulos por el derroche y demás, no viene al
caso ahora.
Es
entonces, en el versículo 12 del mismo capítulo, cuando Jesús confirma una vez
más su muerte, diciendo: “Lo que ha hecho esta mujer, al derramar el
perfume sobre mi cuerpo, es prepararme para mi entierro”.
La
voluntad de Dios, concluíamos ese día, siempre es buena, agradable y perfecta.
La propia muerte de Jesús, como la voluntad del Padre, también lo fue; nuestra
vida misma tiene que ver con este proceso hacia la cruz. Y hasta que no lo
entendemos, queremos evitar todo aquello que ya está escrito, cosas que deben
suceder para que se cumpla la voluntad de Dios, como lo vivió Jesús.
De
esta forma -palabras más, palabras menos- se desarrollaba el devocional de
aquella mañana, hace dos años atrás, en la chacra. Me quedo con aquel clima
tempranero, cuando lo poco agradable e imperfecto continuaba haciendo estragos
en los pensamientos; y me pregunto, cuántos de los allí presentes habíamos
entendido el mensaje, como para seguir “preparando nuestro entierro”, en ese
proceso hacia la muerte de lo que fuimos (o de lo que éramos), aceptando los
dolores de lo inevitable, para luego experimentar un nuevo nacimiento, muy
lejos de cualquier desencanto.
Y cerrando el relato, transcribo literalmente
lo que dice la parte de atrás de la nota encontrada, que supongo fue la
reflexión final de aquel día: Si
pudiéramos comenzar en poner la mirada en las cosas de arriba, pasaríamos las
cosas de la tierra con mucho más tolerancia, paciencia, amor, fe y comprensión.
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