El gran problema Los más débiles y los enfermos de espíritu; los que viven en permanente oscuridad a causa de ser esclavos de las adicciones, son aquellos que están más aptos para recibir la obra de Dios. Ellos y también nosotros, somos las consecuencias vivientes del más trágico tiempo de caos de esta sociedad; somos las presas de un sistema perverso que nos empuja al consumo desmedido, a cambio de poder revestirnos de un modelo humano que finalmente deshumaniza, ante la imperiosa necesidad de pertenecer. Son los marginados entonces, el gran problema que habita en el desprecio de los poderosos, en el miedo de los que piden que rueden sus cabezas y en la preocupación de los menos, que ya saben que no es fácil pero que igual siguen creyendo. Detrás de cada marginado/despreciado/abandonado u olvidado, hay una historia personal que no se dice o que no se sabe, y que por tanto se desconoce. Ningún ser humano nace genéticamente malvado o depravado, sino que al
entre el adoquín y el asfalto andan los pasos que se esconden del tiempo, igual que las palabras escritas que ya no mueren y que sobreviven al olvido de la memoria