E n el año 2014, conocí un grupo de cristianos que llevaban adelante un programa de radio, en tiempos cuando dirigía un medio de comunicación en línea. En lo personal, por aquellos días, mi reticencia era notoria en cuanto a la difusión de contenidos basados en la fe; no porque estuviera en una postura contraria a ello, sino por el cuidado debido de las raíces que forjaron el medio al cual estaba dedicado. Hablo de contenidos musicales, básicamente arraigados al rock and roll y derivados; de materiales y de artículos enfocados en la cotidianidad y en el ruido mundano, donde para mi criterio de entonces, el llamado a la fe y a la esperanza, contrastaba con todo lo demás. Tampoco tenía lugar la música tropical –como para citar otro ejemplo- más allá de los gustos personales; simplemente porque no lo entendía saludable para la comunicación que pretendía hacer llegar al público objetivo que apuntaba el medio. Lo cierto es, que al tomar el comando del medio de comunicación a fi
entre el adoquín y el asfalto andan los pasos que se esconden del tiempo, igual que las palabras escritas que ya no mueren y que sobreviven al olvido de la memoria