En el proceso de la escritura, más allá de lo ortográfico y gramatical, se desarrolla majestuosamente nuestro tinte íntimo y personal. La creación de un texto, sea este de cualquier género literario, pasa por varias capas de lectura y de corrección. Incluso, al paso de los años, cuando volvemos sobre ese texto, encontramos ‘nuevos arreglos’ que en ese momento seguramente le haríamos. Pero ahí nos estaríamos metiendo en el proceso de crecimiento personal de quien escribe y eso es ‘harina de otro saco’. Volviendo a los procesos de escritura, la misma nace desde la inspiración sostenida por el pensamiento, donde resuena una palabra o una frase trasladada por esa inquietud o necesidad de escribirla, inmortalizándola de inmediato. Todo lo que se escribe y que se guarda entra en la eternidad de las palabras y permanece a la espera de la próxima lectura donde recobra vida y sentido. Quien -hurgando en viejos archivos- no se ha encontrado con algún texto, y al final no recuerda cómo
entre el adoquín y el asfalto andan los pasos que se esconden del tiempo, igual que las palabras escritas que ya no mueren y que sobreviven al olvido de la memoria